Caparrós
- Chesko González
- 3 dic 2024
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 20 ago

LOS HECHOS
El asesinato de una persona puede ser el detonante de una guerra o incluso provocar que una sociedad entera se transforme. Por ejemplo, el atentado de Sarajevo contra el archiduque Francisco Fernando provocó el estallido de la primera guerra mundial; con la muerte del político Calvo Sotelo se aceleró el golpe militar que desembocó en la guerra civil española; o el homicidio de Martin Luther King puso los cimientos para concienciar a los americanos sobre las injusticias y los prejuicios raciales en Estados Unidos.
Algo muy parecido ocurrió en Málaga un 4 de diciembre de 1977.

En esta fecha (tan poco señalada por los libros de historia) los andaluces pudieron gozar por primera vez de los beneficios de las libertades públicas y el derecho a manifestarse, tras 40 años de férrea dictadura. Se había convocado una manifestación a favor de la Autonomía a la que acudieron 200.000 personas de todas las edades, las cuales enarbolaban banderas verdiblancas, por encima de otros emblemas políticos.
Aquel 4 de diciembre fue y sigue siendo para muchos andaluces el verdadero día de Andalucía.

Entonces, el presidente de la Diputación, Francisco Cabeza López, un acérrimo franquista y reaccionario a los nuevos tiempos, se negó a izar la bandera andaluza junto a la bandera española en el balcón central de la Diputación. Esta actitud respondía básicamente a su animadversión por las autonomías, pues creía que iban a resquebrajar su idea de España una, grande y “no” tan libre.
Al pasar la manifestación frente a la Diputación, un grupo numeroso se paró para censurar la actitud del presidente. En ese instante, unos diez o quince ultraderechistas se presentaron en la escena y comenzaron a insultarles. Los ánimos se estaban caldeando. Algunos cogieron naranjas y piedras del suelo y las lanzaban contra el edificio.

De repente, un joven apareció de la nada trepando como un gato por la fachada del edificio. Era Juan Manuel Trinidad Berlanga y llevaba algo en la boca, lo que parecía un trozo de tela. Al llegar al balcón, colgó una pequeña bandera andaluza debajo de la de España. Acto seguido fue apresado.
Aquel acto temerario arrancó el aplauso del público, pero también provocó la ira del presidente Cabeza, el cual puso en acción a las fuerzas del orden. Cientos de policías aparecieron de golpe y comenzaron a lanzar botes de humo, balas de goma y a cargar ferozmente contra los manifestantes. Algunos agentes dispararon balas de verdad al aire sembrando aún más el caos. A partir de entonces, el parque de la Alameda se convirtió en un campo de batalla.

Poco después de que concluyera la ceremonia de clausura del evento, unos 300 manifestantes se dirigieron a la comisaría de la Policía Armada, cerca de la esquina de la Alameda de Colón con el Puente de Tetuán, en cuyo lugar se produjo un fuerte choque. Los agentes de policía comenzaron a ponerse nerviosos al verse acorralados. Éstos desenfundaron sus pistolas y dispararon más de una veintena de veces, cuyas balas acabaron estampándose en muros, farolas y letreros. Una de ellas atravesó la axila del joven Manuel José García Caparrós. Al verlo desangrándose, tres compañeros, entre ellos, un estudiante de Medicina, Carlos Carmona, lo metieron en un Seat 600 blanco y condujeron a toda velocidad hacia el Hospital Carlos Haya. Entonces, el vehículo se vio ralentizado por la multitud que regresaba a casa. Para colmo, no tenía claxon.
Caparrós muere poco antes de llegar a su destino.
Cuando la familia de Caparrós es avisada de lo ocurrido, les dijeron que había muerto en un accidente de tráfico. Quisieron ocultar el crimen por alguna razón. Pero, debido a la presión social, se abrió una investigación.
LA INVESTIGACIÓN
Al día siguiente, 5 de diciembre de 1977, Antonio García de Gálvez, ayudante de forense, practicó la autopsia a Caparrós en presencia del médico y militante comunista José Luis García de Arboleya, ya que había cierto recelo en que hubiera algún tipo de manipulación. De hecho, hubo ciertos procedimientos que, vistos desde el presente, se habrían convertido en negligencias graves. Como ejemplos, la bala que le causó la muerte fue extraída del cuerpo el mismo día que llegó al hospital sin la presencia del juez y del forense, a la par que sus ropas y pertenencias, habiendo obviado unas pruebas criminalistas que hubieran sido vitales para la investigación.
Ese mismo día por la tarde Caparrós fue enterrado en el cementerio de San Miguel ante la presencia de unas 30.000 personas.

La investigación se abrió unos días después. Duró 8 largos años, acabando con el sobreseimiento provisional por falta de pruebas. Las instrucciones que se llevaron a cabo se hicieron con desaire, ya que desde las estructuras del Estado intentaron ocultar al máximo las pruebas que imputaran a algún policía. Además, en los días posteriores a los hechos los 47 agentes que participaron en el choque de la Alameda de Colón se habían dado de baja o de pronto estaban de vacaciones, así que en el sumario no constaron sus testimonios.
Según el informe de la autopsia, la bala que mató a Caparrós fue de 9 milímetros corto, perteneciente a una pistola marca Star reglamentaria de la policía. La trayectoria fue de izquierda a derecha y de arriba abajo, lo que significaba que el joven se encontraría probablemente de rodillas en el suelo cuando recibió el impacto. Además, según el forense Gálvez, le dispararon a una distancia de entre 10 a 20 metros.
Sumado a esto, el proyectil que extrajeron del cadáver de Caparrós el día antes de la autopsia fue sometido a cinco exámenes balísticos, los cuales sacaron a relucir dos pistolas como posibles armas del homicidio. Una de ellas pertenecía al policía nacional Alfonso Bravo Bernal y la otra al cabo primero Miguel Pastor. La primera arma, según el informe del juez, da un resultado claramente negativo. De la segunda arma “se observó una ligera similitud entre algunas de las lesiones (…) En conclusión, cabe deducir que la pistola reseñada puede haber disparado la bala, pero en modo alguno se afirma que lo haya sido”. Miguel Pastor dio de baja su pistola en el depósito de armamento justo después de los sucesos del 4 de diciembre y, al ser llamado por el juez para declarar, presentó un parte por enfermedad y no acudió. Poco tiempo después, es trasladado a la comisaría de Vélez-Málaga, donde se jubiló años más tarde.
EPÍLOGO

A Manuel José García Caparrós le faltaban 3 semanas para cumplir 19 años cuando murió por una bala “perdida” de un policía al que nunca se le juzgó. Tras su fallecimiento, se convirtió en un símbolo del andalucismo. Pero para muchos líderes políticos de entonces profundizar en el caso Caparrós y sacar a la luz a su asesino habría sido como contribuir a la desarticulación de los procesos democráticos que España estaba experimentando. Por este motivo, hubo una especie de pacto de silencio.
Este asesinato todavía hoy no ha quedado resuelto.







Comentarios