top of page

Cartas desde la Cárcel

Actualizado: 20 ago

ree

En abril de 1939, la Guerra Civil Española terminó con la victoria del bando franquista. Muy al contrario de lo que muchos esperaban, con el último parte de guerra no llegó la paz, sino una nueva conflagración: la que se libraba en los juzgados militares. La Ley de Responsabilidades Políticas, promulgada en febrero de 1939 —dos meses antes de concluir la contienda—, tenía como objetivo realizar una criba en todos los órdenes de la sociedad, castigando con efectos retroactivos hasta octubre de 1934 a todas aquellas personas que hubieran desempeñado algún cargo de responsabilidad bajo la Segunda República. Esta ley estuvo vigente hasta 1966.


Los efectos no tardaron en hacerse sentir. Quienes no lograron exiliarse a tiempo tuvieron que regresar a sus lugares de origen. Fueron transportados en trenes hasta sus respectivas provincias y, nada más bajar en la estación de su localidad, la Guardia Civil, acompañada de falangistas locales, detenía y encarcelaba a cualquier sospechoso. A mediados de 1939, el número de presos alcanzaba entre 350.000 y 500.000 personas, distribuidas en 104 campos de concentración estables y 180 provisionales (Reig Tapia, Franco: el césar superlativo). Dichos campos podían ser desde una plaza de toros o un campo de fútbol, hasta una iglesia abandonada o un terreno vallado con alambres.


Los tribunales militares se colapsaron, pues cientos de miles de "reos" eran susceptibles de ser enjuiciados de inmediato. Los presos, junto con sus familiares y amistades, trataban de mover hilos para obtener avales o personas que respondieran por ellos. El párroco del pueblo era el primero al que se debía acudir, ya que, tras la victoria nacional, la Iglesia ocupaba un lugar central en el engranaje represivo, actuando —a través de sus cartas— como un juez omnipotente en el destino de muchos “rojos”. Después venían los gerifaltes falangistas, cuyo partido también desempeñaba un papel crucial en la oleada de denuncias. Con suerte, si el preso se afiliaba a la Falange Española y contaba con la palabra de algún conocido “camisa negra”, podía aspirar a una declaración de inocencia. Por último, estaban los jueces militares de los tribunales, a quienes, en ocasiones, se intentaba agasajar con regalos para conseguir una conmutación de pena.


Existe abundante correspondencia conservada en los archivos de los juzgados militares: cartas que los presos escribían a sus familias. Estas misivas debían ir acompañadas de frases como “¡¡Arriba España!! ¡¡Viva Franco!!”, con la esperanza de que ello facilitara la indulgencia del generalísimo. Muchas familias también han conservado las últimas cartas de aquellos que fueron condenados a muerte, consideradas verdaderos tesoros. A través de ellas se puede observar el estado psicológico de los presos en sus últimos días: la esperanza como último refugio, palabras de ánimo dirigidas a los suyos y la conciencia del sufrimiento que su muerte causaría.


Antonio Narváez Cebrián[1], presidente del Comité de Enlace de Riogordo (Málaga), escribió su última carta desde la prisión provincial de Málaga. En ella mostraba serenidad, confiando en que sería indultado. A pesar de sus gestiones, todo fue en vano. Fue fusilado semanas después:

“Prisión Provincial de Málaga a 17 de octubre de 1939. Queridísimos hermanos y sobrinos. Motivo de saber continuamente de vosotros por conducto de mi prima y hermano, me esmero en escribir. También sé que, por el mismo conducto, sabéis de mí. Expectante, os dirijo la presente para que conozcáis que no os he olvidado. Y además, visitándoos por vuestra próxima libertad según el indulto de nuestro generalísimo, en cuya justicia confío para mi salvación, que estimado así será. Tu hijo vino a verme el jueves. Recibid recuerdos de los paisanos y, a la vez, el cariño de vuestro hermano y tío, Antonio Narváez”

Antonio Rodríguez Narváez, natural de Arenas y vecino de Periana (Málaga), fue otro dirigente del Comité de Enlace. Fusilado el 4 de octubre de 1940 en el cementerio de San Rafael (Málaga), su mujer llegó a entrevistarse con el Auditor, quien le aseguró que los papeles para la conmutación de pena estaban de camino, pero estos nunca llegaron. Le escribió semanas antes de la ejecución:

“Málaga, 18 de septiembre de 1940. Mi queridísimo esposo. Ante todo, te deseamos un perfecto estado de salud, que es todo cuanto nosotros deseamos para ti. Por aquí todos estamos bien, gracias a Dios. Hoy mismo hemos recibido tu tan esperada carta, que nos ha producido una infinita alegría al ver que estás más animado, como desde luego debes estarlo, porque las impresiones no pueden ser más buenas. Hoy mismo hemos estado en la Auditoría, hablando personalmente con el señor Auditor, quien nos ha dicho que los papeles están en Granada, con la pena conmutada, esperando que lleguen de un día a otro. En cuanto lleguen, te lo comunicaré. Todos estamos muy alegres, porque aunque firmes treinta años, eso no es nada: esta misma influencia te puede poner en la calle en dos días. Así que puedes estar verdaderamente tranquilo. A lo que dices del niño, me parece bien lo que has pensado para cuando vengas a ingresar. De Angelita te digo que iba a venir, pero no ha venido, así que la estamos esperando. El jabón no te lo he podido mandar porque, como está lloviendo, no he podido apañarlo. Me dirás en tu próxima carta si has recibido una caja de tabaco que me regalaron para ti. No me dices nada al respecto. La próxima semana te mandaré un colchón para que lo cambies. Y sin más, recibe un fuerte abrazo de todos y, especialmente, de esta que no te olvida. Remedios, tu esposa”

Más desesperanza muestra el siguiente documento, redactado por el preso Francisco Pérez Frías, de Canillas de Aceituno encarcelado en la prisión de Vélez-Málaga por haber pertenecido al Partido Socialista[3]. En él ruega por su liberación debido a su enfermedad y situación familiar:

“Cárcel de Vélez-Málaga, 16 de marzo de 1938.Iltmo. Sr. Juez Militar del Ejército del Sur en Vélez-Málaga. Fernando Pérez Frías, natural y vecino de Canillas de Aceituno (Vélez-Málaga), casado y mayor de edad, a V.S. con el respeto y subordinación debidos expone: Que me encuentro detenido desde el 17 de septiembre pasado y no tengo otro delito que haber pertenecido al Partido Socialista, según leyó el señor Fiscal (Consejo del 17 de septiembre, 2º grupo). El mismo señor Fiscal reconoció en voz alta que no tengo ningún hecho delictivo, por lo que retiró la acusación. Yo, Iltmo. Sr., no pertenezco al Partido Socialista ni a ningún otro desde 1934, por desagrado personal y, principalmente, por motivos de salud. Padezco de nervios y neurastenia, y he sido reconocido por el forense de Vélez-Málaga, D. Francisco Saltos Bellido, y por el médico titular del pueblo, D. Francisco de Martos Roca. Actualmente tengo llagas en las piernas y muslos debido a mis padecimientos. Para más desgracia, mi esposa tiene que asistir a tres hijos pequeños, bajo el amparo de sus padres, ya sexagenarios. Por todo lo expuesto, solicito, por caridad y justicia, que V.S. considere mi situación. Que Dios le bendiga y le dé prosperidad. Fernando Pérez Frías.¡¡Arriba España!! ¡¡Viva Franco!! II Año Triunfal”

Entre las cartas más emotivas se encuentra la de Fidelio Pareja Pareja, de Arenas (Málaga). Un joven de 25 años, ejecutado el 10 de noviembre de 1939 en el cementerio de Vélez-Málaga. Había ejercido como secretario del Comité de Salud Pública durante menos de un mes por saber leer y escribir, y ayudó a liberar a varias personas de orden. Al finalizar la guerra, regresó a su pueblo, fue detenido y acusado de crímenes que no cometió. Desde prisión se despidió de sus padres con esta conmovedora carta[4]:

“A mis padres, en los últimos momentos de mi existencia: Quisiera que estas, mis últimas palabras, las acogierais con serenidad, orgullosos de haber dado un hijo a la muerte por el bien general, sin que esto menoscabe vuestro espíritu. En ellas intento expresar, con sencillez, cuánto os quiero. Pero el trance que atravieso me impide coordinar bien mis ideas. No por temor a la muerte, sino por no poder recompensar los sufrimientos que os he ocasionado, provocados por hombres que, llamándose de orden, trajeron a nuestra casa todo el mal imaginable.A ti, mamá, te digo: la razón es nuestra. Podrás caminar sin avergonzarte, porque tu hijo no muere por ser asesino ni ladrón, sino injustamente. Recibid un fuerte abrazo de vuestro hijo.”

Por último, se conservan los versos de Francisco Fortes Marín, de Benamargosa (Málaga), sentenciado a muerte. Le escribió a su novia, Emilia[5]:

“Querida Emilia, yo de verdad te pido que no me olvides en la vida aunque no pueda estar contigo.Yo preso me encuentro y condenado a la última pena. Mucho te estoy queriendo, porque para mí eres buena. Me queda un sentir profundo, muy grande y doloroso: que me voy de este mundo y no puedo ser tu esposo. Si yo en algún tiempo me viera en libertad, con muchísimo sentimientote tendría que abrazar. Yo a ti te abrazaría con muchísimo orgullo, y tú a mí me dirías: “mi corazón es tuyo”. ¡Oh, cuánto placer nosotros gozaríamos cuando tú fueras mi mujer y yo tu esposo querido! Y no cansando más, yo te pido perdón si te he llegado a molestar, porque pido nuestra unión. Vélez-Málaga, 13-7-38.”


[1] Carta donada por Josefa Narváez Román, hija del que fue presidente del Comité en Riogordo.

[2] Procedimiento nº 209-1939. Juzgado Militar nº 24 de Málaga. Consejo de Guerra contra Antonio Rodríguez Narváez. Juzgado Togado Militar Territorial nº 24 de Málaga.

[3] Proceso nº 6-1938. Juzgado Militar nº 2 de Vélez-Málaga. Consejo de Guerra contra 16 personas de Canillas de Aceituno. Juzgado Togado Militar Territorial nº 24 de Málaga.

[4] Carta donada por Isabel Pareja Campos, natural de Arenas.

[5] Causa nº 55-1938. Juzgado Militar nº 4 Vélez-Málaga

Comentarios


bottom of page