Inés Joyes, una adelantada a su tiempo
- Chesko González
- 14 oct 2024
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 20 ago

La historia la han escrito los ganadores… y, además, los hombres.
La mujer, sin embargo, ha permanecido siempre en las sombras, aborrecida por el género masculino al considerarla un ser inferior: el origen del pecado original, según el cristianismo. A la mujer se le dio el rol de la sumisa, esclava del hogar, cuya tarea primordial era la de criar a los hijos, sin acceso al mercado laboral, totalmente dependiente del hombre. Esto ha sucedido durante siglos, y desafortunadamente todavía sigue sucediendo.

Ocurrió que en el siglo XVIII a los intelectuales europeos se les iluminó una bombilla encima de sus cabezas y comenzaron a entender el mundo de una manera distinta. Se dieron cuenta que la existencia de un individuo estaba sometida a la superstición, la ignorancia y la irracionalidad promovidas por el pensamiento de la Iglesia; y quisieron cambiar esta situación por medio del razonamiento, la crítica y la experiencia. Es en este siglo cuando surgen los pilares de la ciencia y la cultura europea moderna. En definitiva, a este movimiento se lo llamó la Ilustración.
Los protagonistas de la Ilustración fueron en su mayoría hombres. Sin embargo, en España existió un elenco de mujeres que se destacaron por sus obras literarias, como lo fueron Josefa Amar y Borbón, Frasquita Larrea, María Gertrudis Hore, Margarita Hickey e Inés Joyes y Blake. Es curioso que de las cinco nombradas las tres últimas tuvieron ascendencia irlandesa, cosa que no es fruto del azar como veremos más adelante.
Inés de Joyes y Blake nació en Madrid, en la calle del Clavel, el 27 de diciembre de 1731. Hija de Patricio de Joyes, un comerciante de Galway (Irlanda) y de Inés de Joyes, natural de Nantes (Francia). Por línea paterna sus antepasados eran irlandeses católicos, los cuales emigraron a España por cuestiones político-religiosas. Los Joyes se dedicaban al mundo de los negocios, relacionándose con los círculos más altos de la sociedad y con la misma Monarquía española. Sus miembros fueron banqueros, accionistas, asentistas de la monarquía y directivos de bancos, en otras palabras, pertenecían a la creciente burguesía mercantil.
Nuestra protagonista creció en un ambiente reformista y liberal, culto y trilingüe (hablaba español, inglés y francés perfectamente). Un factor de vital importancia sucedió en 1745, cuando su padre muere, dejando la tutoría de ella y de sus otros 5 hermanos a cargo de su madre, a quien las obligaciones de los negocios la hicieron destacarse como una mujer preparada para administrar los asuntos financieros. Este estado de cosas hicieron de Inés madre una mujer empoderada y resuelta para gobernar el emporio comercial de su familia, cosa que su hija imitó más adelante.
En 1752 se concierta el matrimonio entre ella y Agustín Blake de Málaga, tío segundo suyo por vía materna (hijo de una hermana de su abuelo y socio comercial de su tío Diego). Se trató, como era normal entonces, de un enlace endogámico para afianzar los lazos familiares en cuestiones económicas. La dote entregada a su futuro marido fue de 180.000 reales, una cifra nada desdeñable que le sirvió para constituir su propia compañía malagueña, la “Agustín Blake & Cía”.
Entonces, se mudó con su marido a Málaga. Vivieron cerca del puerto, en la parroquia del Sagrario, donde residían un gran número de comerciantes extranjeros. Cinco años después vivían en el barrio de San Juan, que se encontraba en plena expansión y resultó ser un barrio de prestigio.
En algún momento entre 1764 y 1771 se trasladaron a Vélez-Málaga, ya que aquí su marido mantenía negocios de exportación de pasas, vinos, limones y azúcar de los ingenios. Por aquel entonces Vélez era un centro importante de exportación situado junto a un valle muy fertil que producía valiosos frutos, y su puerto natural de Torre del Mar servía de plataforma para darles salida al extranjero. Incluso se creó la Sociedad Económica Amigos del País en 1783, la cual velaba por los intereses de los comerciantes locales. No obstante, era una ciudad pequeña, con una fuerte idiosincrasia religiosa y militar, por albergar numerosos centros religiosos y por ser Capitanía General de la costa.
Al principio Inés y Agustín habitaron una casa en calle Alhóndiga (actual calle de las Tiendas). Luego parece ser que se mudaron al edificio del actual ayuntamiento de Vélez-Málaga, en la plaza de las Carmelitas. La pareja, Inés y Agustín, tuvieron 9 hijos, 4 mujeres y cinco varones. Uno de ellos, Joaquín Blake Joyes, llegaría a ser un héroe de la guerra de la independencia, inventor del Estado Mayor del ejército español.

Inés enviudó con 50 años, tras 30 años de casada. Su marido falleció en Málaga en el año 1782. Pese a ello, organizaba reuniones sociales en su casa de Vélez, como así nos lo cuenta el viajero inglés Joseph Townsend que en el año 1786 se hospedó su casa, y afirmó “haber estado tan bien alojado y haber gozado de una sociedad tan agradable”. Debieron ser exquisitas tales tertulias.
Inés Joyes murió en 1806 y en su testamento se refleja una mentalidad claramente ilustrada: no quiere enterrarse con hábitos religiosos, rehúye de pompas y ceremonias funerarias y reparte su herencia de forma igualitaria con sus hijos. Sentía una gran empatía y solidaridad con sus criadas, ya que dejó algunos objetos en herencia a una de ellas, la cual le sirvió durante más de dos décadas. Guardaba un cáliz muy antiguo que pertenecía a su familia irlandesa, símbolo de una memoria familiar de más de 200 años.
Muy al contrario que otras mujeres de su condición, las cuales se movían en círculos selectos y participaban en bailes y cenas de la alta sociedad, Inés fue una mujer de vida discreta y provinciana, cargada de obligaciones familiares. Quizás fue su experiencia en Vélez-Málaga la que la llevó a escribir su “Apología de la mujer” en 1798, atreviéndose como nadie a poner su propio nombre a la obra literaria. Esta declaración de intenciones en forma de texto acompañó como apéndice a la novela “el príncipe de Abisinia”, de Samuel Johnson, un best-seller de la época que ella misma tradujo del inglés al español.
Lo interesante del texto es que ella habla de las desigualdades del género femenino en un momento cuando apenas unos pocos se atrevían a hacerlo y en él realza sus capacidades morales e intelectuales. Muestra, a la vez, un mensaje más serio y crudo de la realidad, sobre todo en las relaciones amorosas con el hombre, y exhorta a las mujeres a que rehuyeran del amor pasional y peligroso. A día de hoy “Apología de la mujer” está considerado uno de los primeros textos feministas de España.
Os dejamos con algunos fragmentos de este:
“No puedo sufrir con paciencia el ridículo papel que generalmente hacemos las mujeres en el mundo, unas veces idolatradas como deidades y otras despreciadas por hombres que tienen fama de sabios. Somos queridas, aborrecidas, alabadas, vituperadas, celebradas, respetadas, despreciadas y censuradas (…) yo quisiera desde lo alto de algún monte donde fuera posible que me oyesen todas darles un consejo. Oíd, mujeres, les diría: vuestras almas son iguales a las del sexo que os quiere tiranizar (…) amaos unas a las otras; conoced que vuestro verdadero mérito no consiste solo en una cara bonita, ni en gracias exteriores poco durables, y que los hombres luego que ven que os desvanecéis con sus alabanzas os tienen ya suyas. Manifestarles que sois amantes de vuestro sexo, que podéis pasar las horas unas con otras en varias ocasiones y conversaciones sin echarlos de menos”.







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