La condición de los mordaces
- Chesko González
- 30 sept 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 20 ago

Un 24 de marzo de 1629, a las nueve de la mañana, dos veleños se cruzaron en la ahora Plaza de la Constitución, sitio donde se encontraba el Cabildo. El uno se llamaba Gaspar Polo, de oficio tabernero, y el otro, Marcos Díez de Toledo, de oficio escribano público, el equivalente actual al notario. Las relaciones entre ambos no debían de ser buenas porque, justo al cruzarse, Gaspar se atrevió a proferir al otro una grave acusación. Le dijo: “que era un judío confeso, y tal vez judigüelo (hijo de judío) y que mejor haría sacar los sanbenitos de sus abuelos”. El alguacil mayor de la ciudad, testigo en la escena y escandalizado por aquellas palabras le quiso reprender diciéndole que cuidase sus palabras, pues estaba faltando a la honra de un caballero. Pero el tal Gaspar las repitió otras seis veces. El resultado de esto fue un juicio ante la Santa Inquisición de Granada.
Para ponernos en contexto, habían transcurrido pocos años desde la expulsión de los moriscos por el rey Felipe II. La rebelión ocurrida en las Alpujarras, y expandida a territorio axárquico, fue una consecuencia de las políticas represoras de los cristianos desde la conquista del reino de Granada. Los judíos habían sido expulsados hacía más de un siglo, pero muchos se quedaron, convirtiéndose a la fe cristiana. Ambos, moriscos y judeoconversos, formaron el cuerpo social llamado "cristianos nuevos" o en la actualidad "neoconversos", a los cuales se les despojó de sus tradiciones y de su religión,

Díez de Toledo tuvo un tatarabuelo que había sido criado de Fernando el Católico y, tras el asedio de Vélez, en abril de 1487, le fue concedido 96 mercedes, entre caballerías, tierras y fincas. Desde entonces, sus familiares habían sido regidores, eclesiásticos, capitanes, es decir, pertenecían a la más exquisita alcurnia veleña. Sin embargo, su bisabuelo, un tal Sebastián de Toledo, casó por segundas nupcias con Juana Gutiérrez, descendiente de judíos conversos. Por esta razón, Marcos tuvo que evidenciar su linaje ante el tribunal y demostrar con documentos que él procedía consanguíneamente de la primera esposa de su bisabuelo, y no de la rama judía de los Guitérrez.

Este episodio alberga un hecho histórico del que se ha escrito muy poco: la convivencia en Vélez-Málaga entre los llamados “cristianos viejos”, por un lado, y los musulmanes y judíos que se convirtieron al cristianismo, por otro.
Tras la conquista de Granada, el fundamentalismo cristiano trajo consigo la intolerancia de las otras dos religiones: la judía y la musulmana. La psicosis de las autoridades eclesiásticas por las “falsas conversiones” fue en aumento, pues algunos conversos, al menos al principio, practicaban su antigua fé en secreto, especialmente aquellas comunidades de los pueblos montañosos de la Axarquía. El castigo por ello solía ser muy duro, con torturas (los llamados tormentos), escarnios en público e incluso la muerte. Las acusaciones que Gaspar Polo vierte sobre Marcos Díez son suficientemente indicativas de ello: “mejor haría sacar los sanbenitos de sus abuelos”. Para hacernos una idea, a los reos se les paseaba por las calles vestidos con el “sanbenito”, la prenda de la infamia.
Otra muestra de esta situación se encontraba en los “humilladeros” o grandes cruces levantadas en las entradas de los barrios. Como señal de devoción, los cristianos tenían que postrarse de rodillas, “humillarse” ante la cruz, cada vez que pasaban cerca de una de ellas; y si había alguien que no lo hiciera, los propios vecinos los señalaban de pertenecer a “la mala raza”, como así se solían nombrar a las otras dos religiones.
Como anécdota, el tribunal de la inquisición se puso del lado de Marcos Díez y condenó a Gaspar Polo a resarcirse en público, a la pérdida del oficio de tabernero, al destierro y además a pagar una multa... una injuria que el propio tribunal tituló como "La condición de los mordaces".
Chesko González
FUENTES:







Comentarios