El pulgón americano
- Chesko González
- 10 dic 2024
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 20 ago

El siglo XIX se caracterizó por una gran revolución tecnológica-industrial que trajo consigo nuevos sistemas de transporte. Estos avances hicieron que la gente comenzara a moverse más rápido y a comercializar con productos que antes serían imposibles de transportar a otras partes. El tren y los barcos de vapor jugaron un papel clave.
Pero al mismo tiempo que tanto personas como productos viajaban de un lado a otro del planeta, también lo hacían los parásitos y las enfermedades.

En Estados Unidos había un pulgón, de nombre Phylloxera Vastatrix (filoxera), que vivía en las raíces de las viñas californianas, las cuales eran más profundas y resinosas que las europeas y, por lo tanto, más resistentes a este insecto hemíptero. A finales de la década de 1850 unos cuantos sarmientos americanos fueron llevados a los campos del Departamento francés de Vaucluse. Bastaron unos cuantos años para que la filoxera se convirtiera en una mortífera plaga que iba arrasando los viñedos.
En 1863 los viticultores franceses se ven hostigados por la filoxera. El hemíptero se instalaba en la raíz de la vid, creándole tumoraciones hasta dejar sin nutrientes a la planta, la cual acababa muriendo o era incapaz de dar frutos maduros. En 1873 el insecto se expandió por Portugal, Suiza y Austria. En España, sin embargo, aún no había hecho acto de presencia, pero se temía lo peor.
En el mes de enero de 1878 la Sociedad Científica de Francia realiza en España una serie de conferencias a cargo del profesor Marx Cornu sobre la filoxera. Había mucho miedo de que la plaga apareciera en la zona de Cataluña por su cercanía geográfica. Ese mismo año, la Gaceta Agrícola del Ministerio de Fomento publicó los informes de la conferencia de Lausanne, donde los expertos mostraron las últimas noticias del proceso de investigación. En estos informes se decía que para exterminar al pulgón ni siquiera el uso de insecticidas era cien por cien efectivo, pues consideraban este método muy dañino a largo plazo. La única medida real suponía una grandísima inversión, y no era otra que reemplazar las viñas locales por las americanas, las cuales eran inmunes al bicho. España, para intentar frenar su avance, prohibió el comercio de cepas y vinos con Francia y así evitar que se propagara en nuestro país.
Pero cuando todos fijaban su atención en el norte, en la frontera pirenaica, la voz de alarma saltó en el sur, concretamente en una finca de Moclinejo.

Eugenio Molina era el propietario del Lagar de Indiana, con unas 90 mil cepas de vides del género moscatel. Al ver qué gran parte de ellas se estaban muriendo, se puso en contacto con la Sociedad de Ciencias Físico-Naturales de Málaga, la cual hizo llamar a varias comisiones de expertos entre los que se encontraban el catedrático Mariano de la Paz Graells, Meliton Atienz, Enrique de Coya, José de Hoyos y Juan R. Vidal. Entre julio y agosto de 1878 visitaron las plantaciones del lagar y examinaron el insecto a través del microscopio que, en palabras de Enrique de Coya: “Observé las antenas y la forma de sus artejos, el chupador con sus articulaciones y sus tres sedas o dardos. Los anillos de su abdomen sin apéndices; las patas; los ojos, de un color de rubí intenso; los tubitos que, implantados en su abdomen, arrojan el licor azucarado; todas las partes, en fin, que forman sus caracteres taxonómicos, ya descritos por los diferentes naturalistas que con ventajas han estudiado este terrible animal, me fueron manifiestos en la platina del instrumento”. Descubrieron así la filoxera.
Al principio, la noticia fue tomada como un bulo. ¿Cómo era posible que el insecto diera un salto de dos mil kilómetros y acabara en Málaga? Pues bien, la comisión investigadora barajó varias posibilidades. La primera se basaba en meros rumores, de que una mano criminal había instalado la cepa infectada allí; la segunda, que un fardo de las cepas infectadas había sido introducido de contrabando desde el mar por el arroyo Granadilla; y la tercera, que fue el propio dueño de la finca que por error la trajo. Ésta fue la más razonable.
Mientras en las Cortes se discutía sobre la veracidad o no de la noticia, la filoxera estaba contaminando más de doscientas mil cepas en la Axarquía y se expandía por toda Málaga de forma imparable.
El resultado fue la devastación de los viñedos, la ruina de muchos pequeños productores y la decadencia de un comercio que con anterioridad fue boyante. El vino de Málaga, por ejemplo, era uno de los más famosos y caros del mundo. Solo en 1874, cuatro años antes de la plaga, se exportaban 30.000 toneladas de pasas y 67.500 hectolitros de vino. La productividad y la exportación del vino moscatel descendió drásticamente tras la plaga.
Pero el declive de nuestro vino no fue culpa solo de la filoxera. Se produjeron varios factores. El programa de replantación de vides americanas en los campos de la Axarquía tuvo un efecto contradictorio. Los viticultores locales dieron prioridad a la exportación de la pasa moscatel, pues otorgaba más dividendos, mientras que el auge de las destilerías y el empobrecimiento de los procedimientos vitícolas con el uso de alcoholes baratos llevaron a las bodegas axárquicas a un irremediable decaimiento.
Hoy el vino moscatel, o del terreno, como así lo llamamos, ha quedado constreñido a un mercado meramente local y apenas tenemos una marca que haya cruzado fronteras. Aunque ahora en el siglo XXI tenemos los vinos de las bodegas de Jorge Ordóñez, Las de Dimobe (Moclinejo) y las de Bentomiz (sayalonga), que están llegando lejos.







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