Los últimos Neandertales
- Chesko González
- 18 ago
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Actualizado: 20 ago

OSTRACISMO INSTITUCIONAL
La comarca de la Axarquía alberga uno de los yacimientos paleoantropológicos más destacados de la península ibérica: la Cueva del Boquete de Zafarraya, donde el arqueólogo Cecilio Barroso Ruiz halló importantes restos de neandertales. Su relevancia radica, entre otros aspectos, en el descubrimiento de la mandíbula –la mejor conservada de Europa–, un fémur y otros restos óseos, cuyos fósiles fueron datados en torno a 40.000-35.000 años, constituyendo así algunos de los últimos vestigios de esta especie antes de su desaparición con la llegada del Homo sapiens.
No obstante, la cueva permaneció sumida en un prolongado ostracismo institucional desde su hallazgo. Los fósiles resultan prácticamente desconocidos para la administración autonómica y, a su vez, apenas recibieron atención en la mayoría de las universidades andaluzas. De hecho, el enclave permanece tapiado desde 1994, y la Junta de Andalucía no ha mostrado interés alguno en su revalorización. Podría pensarse que esta situación obedece al desconocimiento de la propia comunidad científica; sin embargo, no es así. Existen más de una docena de publicaciones en revistas especializadas y dos monografías: una en español, con 800 páginas, y otra en francés, compuesta por cuatro volúmenes que suman cerca de 2.000 páginas.
En palabras del propio Cecilio Barroso: «Cuando encontré los restos de neandertales de Zafarraya pensé que había hecho algo bueno, pero todo se convirtió en un lastre terrible en mi vida. He tenido que vivir con esa culpa, con ese pecado de haberlo descubierto, puesto que enemigos por todos lados, incomprensión por todos lados».
Barroso desarrolló gran parte de sus investigaciones al margen de las instituciones públicas y universitarias, mediante proyectos gestionados de manera autónoma, circunstancia que propició su rechazo por parte de los núcleos académicos oficiales. En definitiva, Cecilio Barroso Ruiz fue ignorado durante décadas por amplios sectores universitarios. Falleció en 2023 sin que se le reconociera adecuadamente la trascendencia de su trabajo.
He aquí la motivación que me impulsa a redactar el presente artículo.
PAISAJE PALEOLÍTICO
Hace aproximadamente 40.000 años, durante la época en que los neandertales habitaron la cueva del Boquete de Zafarraya, el paisaje presentaba unas características muy distintas a las actuales. El clima, más frío y seco, registraba temperaturas que oscilaban entre 15 y 20 °C en verano y que descendían hasta situarse en torno a los 0 °C o incluso por debajo durante el invierno.
Estas condiciones climáticas determinaron una vegetación peculiar, en la que se combinaban extensos paisajes esteparios en las zonas de mayor altitud, dominados por herbáceas resistentes a la sequía, con pequeños bosquecillos de coníferas —principalmente pinos y enebros— en las laderas de las montañas. En las áreas más soleadas y protegidas pervivían reductos de bosque mediterráneo, con la presencia del olivo silvestre (Olea europaea var. sylvestris) y la encina (Quercus ilex). A lo largo de las riberas fluviales se extendían franjas de árboles caducifolios, un claro indicio de la existencia de cursos de agua permanentes.

Sin embargo, a pesar de la dureza del clima, la Axarquía ofrecía unas condiciones orográficas particularmente favorables. Rodeada de montañas y articulada en valles abiertos hacia el sur, la comarca constituía un refugio privilegiado para la vida, lo que explica que se convirtiera en un lugar de asentamiento y subsistencia para nuestros antepasados.
El agua, elemento esencial para el sostenimiento de los ecosistemas, era entonces abundante y atraía a multitud de animales. El entorno albergaba grandes mamíferos adaptados al frío, entre ellos la cabra montesa, el ciervo, el uro —una especie de buey salvaje hoy extinta—, caballos, hienas, cuones e incluso panteras. La mayoría de estas especies han desaparecido de nuestro territorio actual, lo que otorga un valor añadido a su hallazgo. Un aspecto especialmente relevante es la ausencia de lobo, león y oso cavernario, circunstancia que distingue a Zafarraya de otros yacimientos peninsulares contemporáneos.

Ahora bien, cabe preguntarse cómo ha sido posible reconstruir un paisaje de hace decenas de miles de años. Para ello, el arqueólogo Cecilio Barroso reunió a un equipo interdisciplinar de investigadores, procedentes de diversas áreas científicas. Estos especialistas analizaron los sedimentos del yacimiento mediante técnicas como la palinología (estudio de los granos de polen), la carpología (análisis de semillas) y la antracología (examen de restos de madera carbonizada). A estas metodologías se sumó el estudio de los restos óseos de fauna hallados en la cueva, lo que permitió reconstruir con notable precisión la historia ambiental y humana de aquel periodo. Incluso los diminutos huesecillos de roedores, como topillos y ratas, ofrecieron información valiosa, al ser comparados con restos similares procedentes de otras cuevas —como Carigüela, Gorham y Horá—, contribuyendo a perfilar un marco climático más completo del entorno.
UN VIVAC DE CAZA
La cueva, situada en una cornisa de acceso extremadamente difícil, presenta unas dimensiones reducidas: apenas dos metros de ancho por veintiocho de largo. Tales características la convierten en un espacio inviable como hábitat permanente. Por ello, se ha deducido que probablemente funcionara como un vivac, es decir, un refugio temporal donde los neandertales consumían de manera esporádica las presas obtenidas en sus cacerías. Esta interpretación se ve reforzada por la identificación de cinco niveles de ocupación antrópica, lo que indica que estos grupos de cazadores recurrieron en al menos cinco ocasiones al uso de la cueva.

En la entrada de la cueva se descubrió una pequeña fosa de unos 60 centímetros de profundidad, utilizada como hogar para el fuego. En su interior se hallaron miles de fragmentos óseos carbonizados, testimonio de las actividades que allí se desarrollaban. Los neandertales se situaban en torno a la hoguera, donde llevaban a cabo tareas de despiece con herramientas de sílex –halladas en los alrededores del hogar–, consumo de carne y extracción del tuétano. Posteriormente, los huesos eran arrojados al fuego, donde explotaban debido al calor.
El análisis de los restos indica que aproximadamente el 80 % de los animales consumidos correspondía a Capra pyrenaica. Este dato sugiere una clara especialización en la caza del íbice ibérico, en particular de ejemplares jóvenes, probablemente por ser más fáciles de abatir y transportar.
No obstante, el hallazgo más impactante fue el de restos humanos en el interior del hogar, que mostraban evidencias de canibalismo, un hecho que aporta una perspectiva inquietante sobre las prácticas de subsistencia de estos grupos.

CANIBALISMO
Dos fémures, una tibia y una mandíbula humana encontradas dentro del hogar presentaban marcas de corte hechas con sílex, carbonización y fracturas intencionales orientadas a extraer la médula. Cecilio Barroso Ruiz lo calificó como evidencia “irrefutable” de canibalismo, describiendo un procesamiento muy parecido al practicado sobre animales. Además, el hecho de que los huesos humanos consumidos fueran arrojados al hogar —utilizado como una especie de basurero— junto a los restos animales, sin establecer ninguna distinción, refuerza la hipótesis de un canibalismo funcional, en contraposición a la interpretación de canibalismo ritual defendida por algunos investigadores. Según Cecilio Barroso, en lo hallado en la cueva no existen signos de ritualidad; más bien se trata de una práctica vinculada a la necesidad de aprovechar todos los recursos disponibles en épocas de intenso estrés ambiental.

¿Qué llevó a estos neandertales al canibalismo?
Durante el Estadio Isotópico 3 (entre 60.000 y 30.000 años), el clima europeo atravesó fuertes fluctuaciones, caracterizadas por fases de frío intenso y marcada sequedad. Esta inestabilidad provocó la reducción de grandes mamíferos, base fundamental de la caza neandertal, generando periodos de seria escasez alimentaria. En este contexto, el canibalismo funcional habría constituido una respuesta puntual ante situaciones de crisis, sin llegar a convertirse en una práctica sistemática.

Paralelamente, aunque todavía nos faltas datos empíricos, la llegada de los primeros grupos de Homo sapiens a la península ibérica (entre 42.000 y 35.000 años) agravó la situación de los neandertales. Se produjo entonces una competencia directa por los mismos recursos cinegéticos y territoriales. Los sapiens, dotados de un armamento más sofisticado, redes sociales más amplias y una mejor capacidad de adaptación, ejercieron una fuerte presión sobre las comunidades neandertales. Aislados y debilitados, algunos grupos pudieron verse forzados a recurrir ocasionalmente al canibalismo funcional como estrategia desesperada de supervivencia.
HISTORIA DEL YACIMIENTO
El descubrimiento de la Cueva del Boquete de Zafarraya está estrechamente ligado a la construcción del ferrocarril de cremallera que unía Periana con Ventas de Zafarraya, inaugurado en 1922. Los raíles discurrían justo por debajo del yacimiento, y todavía hoy se conserva un tramo del túnel excavado en la roca que puede visitarse. Fue durante las obras cuando los ingenieros belgas encargados del proyecto hallaron la cavidad, a quienes se les atribuye el expolio de algunos materiales que encontraron. Tras aquel episodio, la cueva cayó de nuevo en el olvido.
Hubo que esperar hasta 1978, cuando el joven arqueólogo Cecilio Barroso tuvo noticia de su existencia. Un año más tarde se realizó una prospección preliminar en la que se hallaron fragmentos óseos, restos cerámicos y lascas de sílex. Con estos indicios, se solicitó el correspondiente permiso al Ministerio de Cultura y, en 1981, dieron comienzo las primeras campañas de excavación. Durante dos años, los trabajos no ofrecieron resultados de relevancia, hasta que el arqueólogo Julián Ramos logró abrir una dura brecha de depósitos calcáreos bajo la cual comenzaron a aparecer restos significativos. Entre ellos destacaron un fémur y, sobre todo, una mandíbula neandertal que se conservaba en condiciones excepcionales.
En aquel momento, los hallazgos de neandertales en la Península Ibérica eran muy escasos: únicamente se conocía un cráneo adulto y otro infantil procedentes de las cuevas de Gorham y Devil’s Tower (Gibraltar), así como un fragmento craneal hallado en la Cueva de la Carigüela (Piñar, Granada). El descubrimiento de Zafarraya habría tenido una enorme trascendencia si no hubiera sido porque se vio eclipsado por el hallazgo del fragmento craneal de Orce, que en un primer momento se interpretó como un homínido de un millón y medio de años, pero que posteriormente se identificó como perteneciente a un équido.

A partir de 1983 las competencias de arqueología pasaron del Ministerio de Cultura a la Junta de Andalucía, y su dirección general anuló el proyecto. Tuvieron que esperar hasta 1990, momento en el cual consiguieron la aprobación de la Junta para la realización de nuevas intervenciones arqueológicas. Esta vez, las campañas estarían organizadas por un equipo hispanofrancés, entre cuyos miembros destaca el afamado arqueólogo, geólogo y prehistoriador Henry de Lumley. Los trabajos de los siguientes tres años fueron extraordinarios, con la presencia de un componente femenino, como la arqueóloga Francisca Medina Lara, la especialista en musteriense Deborah Barsky y la propia hija de Lumley, Marie Antoinette, experta en tafonomía. En esta fase se hicieron los análisis sedimentarios, paleontológicos y de industria lítica. Conjuntamente, Se encontraron miles de fragmentos de huesos humanos correspondiente al menos a 12 individuos.
En 1994 Cecilio Barroso tenía dificultades financieras para continuar con el proyecto y se ve obligado a tapiar la cueva para preservarla. Hasta el presente, nadie ha movido un dedo por reactivar los estudios de este fabuloso yacimiento.
EPÍLOGO: ENDOGAMIA ACADÉMICA
Cecilio Barroso Ruiz estudió en la Universidad de Málaga la carrera de Geografía e Historia. Siendo todavía un estudiante, en el año 1978, descubrió las pinturas rupestres del abrigo de la Laja (Cádiz) que mostraban figuras de embarcaciones y revelaron que durante el neolítico grupos humanos utilizaron el mar Mediterráneo como medio de transporte. Al acabar la carrera, realizó la tesis doctoral en el Instituto de Paleontología Humana de París, dirigido por Henry de Lumley. Entonces, consiguió una plaza como profesor en el IES Bezmiliana (Rincón de la Victoria) donde se jubiló en el 2018.
Las universidades andaluzas en los años 80, 90 y comienzo del siglo XXI mostraban patrones de endogamia académica, favoreciendo a quienes habían hecho carrera dentro de círculos cerrados y jerarquizados. Barroso, al no pertenecer a esos círculos, fue sistemáticamente ignorado. Esta dinámica llevó a una deslegitimación institucional tácita —ausencia de participación en comités, exclusión de reconocimiento académico o cargos oficiales, elusión de sus trabajos en referencias bibliográficas y acusaciones de fraude—, pese a la relevancia de sus hallazgos en Zafarraya. Pero Barroso tampoco tenía pelos en la lengua. Mantuvo siempre enfrentamientos abiertos con los organismos oficiales, a quienes acusó de intentar “robar” su labor científica o de actuar con motivaciones ocultas. A pesar de descubrir y trabajar uno de los yacimientos neandertales más importantes de Europa —la cueva del Boquete de Zafarraya—, Barroso nunca recibió nombramientos académicos, subvenciones estables ni becas institucionales relevantes durante gran parte de su carrera. Su aislamiento del círculo universitario limitó la visibilidad de su obra y provocó que otros investigadores o instituciones minimizaran su legado.
Entonces consiguió fundar la Fundación Instituto de Prehistoria y Evolución Humana en Lucena (2012), a raíz del descubrimiento de la Cueva del Ángel, donde se hallaron restos arqueológicos del Paleolítico inferior, con más de un millón de años de antigüedad. A través de la Fundación, Barroso pretendía difundir los trabajos de investigación de un equipo formado por cincuenta especialistas, formar a nuevos arqueólogos y crear un campus universitario.
Tras su muerte, la Fundación detuvo sus actividades. De algún modo, Barroso, con su masa humana, tiró del carro hasta su último aliento.
En su honor, este artículo.



FUENTES
Una aproximación a la comprensión de la fauna de macromamíferos de la cueva de Zafarraya: (Alcaucín, Málaga)
Antonio Monclova Bohórquez, Cecilio Barroso Ruiz, Miguel Caparrós, Anne Marie Moigne
Menga: Revista de prehistoria de Andalucía, ISSN 2172-6175, Nº. 3, 2012, págs. 83-105
Cecilio Barroso Ruiz
PH: Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, ISSN 2340-7565, Año nº 18, Nº 74, 2010, pág. 27
F. Medina Lara, Cecilio Barroso Ruiz
Antonio Ruiz Bustos, F. Medina Lara, José Luis Sanchidrián Torti, Cecilio Barroso Ruiz, Manuel García Sánchez
Antropología y Paleoecología humana, ISSN 0210-959X, Nº. 3, 1983, págs. 3-11
Cecilio Barroso Ruiz
Jábega, ISSN 0210-8496, Nº. 24, 1978, págs. 3-8
Cecilia Barroso Medina, Miguel Caparrós, Cecilio Barroso Ruiz
Paleolítico: de los primeros pobladores al ocaso neandertal en la península ibérica / coord. por Marco Antonio Bernal Gómez, Antonio Santiago Pérez, 2021, ISBN 978-84-18709-45-6, págs. 150-163
Boquete de Zafarraya cave: a Neanderthal site in southern Iberia
Cecilio Barroso Ruiz, Miguel Caparrós, Deborah Barsky, Anne Marie Moigne, Antonio Monclova Bohórquez
Pleistocene and Holocene hunter-gatherers in Iberia and the Gibraltar strait: the current archaeological record / coord. por Robert Sala Ramos, Eudald Carbonell Roura, José María Bermúdez de Castro, Juan Luis Arsuaga Ferreras, 2014, ISBN 978-84-92681-95-2, págs. 463-472
FOTOGRAFÍAS
- Google Pic
- Fundación Instituto de Investigación de Prehistoria y Evolución Humana
- Archivo Diputación Provincial de Málaga







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