Red de evasión
- Chesko González
- 18 ago
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Actualizado: 24 ago

Justo después del fracaso del golpe militar que desembocó en la guerra civil española, muchas personas hicieron las maletas con la intención de huir de Málaga, pues la ciudad había dejado de ser un lugar seguro para ellas. La vía de escape más rápida y segura era a través del puerto.
Sin embargo, este pronto comenzó a estar controlado por milicianos que patrullaban incansablemente los muelles en busca de desertores o personas que intentaran escapar. De forma espontánea surgieron redes de evacuación a través de tres cauces: los consulados extranjeros, particulares y autoridades del Gobierno republicano que no simpatizaban con la violencia.
La ayuda prestada por los consulados resultó decisiva. Tras los incendios y las ejecuciones que siguieron a las primeras jornadas, el miedo se apoderó de los extranjeros residentes de Málaga. En ese clima de incertidumbre y peligro, las legaciones extranjeras reaccionaron con rapidez, activando de inmediato sus protocolos de evacuación de emergencia para proteger a sus ciudadanos. Los cónsules, en constante comunicación con sus embajadas y con otros consulados afincados en la ciudad, gestionaron salvoconductos, coordinaron escoltas y negociaron con las autoridades portuarias y gubernamentales.
En poco más de dos semanas, países como Italia, Alemania, Gran Bretaña o Estados Unidos lograron embarcar a unos 300 residentes y, junto a ellos, de forma sutil, a muchos malagueños perseguidos, en buques de guerra y vapores mercantes, transportándolos a Gibraltar, Tánger o Lisboa[1].

Un episodio singular fue el protagonizado por el cónsul italiano Tranquillo Bianchi. Entre finales de julio y los primeros días de agosto de 1936, organizó la evacuación de la colonia italiana residente en Málaga, embarcándola en los vapores Silvia Tripcovich, Etruria y en el Saturno —este último de bandera alemana—, así como en el crucero Muzio Attendolo y el destructor Guglielmo.
Aprovechando estas operaciones, Bianchi consiguió incluir discretamente a once refugiados españoles que se encontraban ocultos en su propia residencia. Entre ellos estaba la familia del general Gonzalo Queipo de Llano, jefe del autodenominado Ejército del Sur sublevado, que había quedado atrapada en Málaga al estallar la guerra.[2].
La ocasión se presentó un domingo. El puerto bullía de actividad: centenares de malagueños se agolpaban en los muelles para contemplar a la escuadra republicana fondeada en la bahía. Bianchi vio en aquella aglomeración una oportunidad única. La comitiva de refugiados, mezclada entre los curiosos que vitoreaban a la Armada, recibió el precepto de hablar en cualquier idioma que no fuera el español, fingiendo así ser de otro país. Tras franquear varios controles, lograron subir a bordo sin levantar sospechas.
Aquella fuga rocambolesca selló una deuda de gratitud. Queipo de Llano jamás olvidó que el cónsul italiano había salvado a su familia, un gesto que, según coinciden las fuentes, influyó decisivamente en la protección y libertad de acción de la que Bianchi gozó en los meses siguientes, ya con el ejército nacional desfilando por las calles malagueñas.
La evacuación de la colonia inglesa quedó bajo la dirección del cónsul J. G. Clissold, quien coordinó sus esfuerzos con la Royal Navy, la Foreign Office y las autoridades del Peñón de Gibraltar. Lograron evacuar a unos 200 británicos. Entre ellos había algunas familias “mixtas”, es decir, matrimonios entre británicos y españoles. En no pocos casos, la esposa española carecía de pasaporte británico, lo que complicaba su embarque; para sortear el obstáculo, el consulado expedía cartas de garantía que, presentadas ante el comité portuario, actuaban como salvoconductos.
La tensión en el muelle era constante. Milicianos armados patrullaban la zona mientras la tripulación de los buques aguardaba órdenes para iniciar las operaciones de embarque. En una ocasión, las dificultades en el puerto hicieron que se intentara una evacuación desde la costa de Torremolinos. Allí, residentes británicos y algunos estadounidenses aguardaban con sus equipajes junto a la pensión inglesa, cuyas ventanas daban directamente al mar. Frente a la costa se perfilaba la silueta del destructor que debía acogerlos. El ambiente estaba cargado de nerviosismo: corría el rumor de que la operación no podía empezar porque el permiso de las autoridades españolas aún no había llegado. De pronto, el destructor recogió el bote que debía transportar a los evacuados y, para sorpresa de todos, puso rumbo a Málaga, dejándolos en tierra. La confusión dio paso a llamadas urgentes al consulado, que recibió las quejas de los frustrados pasajeros. Sin embargo, pocas horas después, el comité de Torremolinos organizó su traslado en dos autobuses hacia el puerto de Málaga, donde finalmente pudieron embarcar y partir rumbo a Gibraltar.

Otra de las figuras destacadas que colaboró en las redes de evacuación fue la de Porfirio Smerdou. Como cónsul honorífico de México, convirtió su casa, Villa Maya, en asilo consular, así como escondió a personas en el consulado argentino, del que él se hizo cargo cuando el cónsul se marchó a los pocos días del golpe militar. En ambos lugares refugió nada menos que hasta 500 personas en distintos momentos bajo la bandera mexicana.
Protegió especialmente a sacerdotes, miembros de la alta burguesía local, profesionales liberales y mujeres vinculadas a personas buscadas, y les ayudó a salir hacia Gibraltar y Tánger usando su red de contactos. Además, organizó varios intercambios de prisioneros entre ambos bandos. El primero fue el canje de 13 mujeres compañeras de milicianos anarquistas presas en zona sublevada por 13 familiares de Faustino Arévalo, director del Banco Hispano Americano de Sevilla. El segundo fue el de los condes de San Isidro, la familia Werner, a cambio de un alto funcionario republicano de Telégrafos.
El caso del alcalde de Málaga, Eugenio Entrambasaguas Caracuel, también debe figurar en este episodio. Considerado un “prisionero” de la revolución, proporcionó los medios que tuvo en sus manos para que los elementos de derechas del ayuntamiento pudieran evadirse de la ciudad.
Habiendo sido detenidos el secretario don Pedro Gorgolas y Urdampilleta, al Contador don José Berrocal y Dörrl y al jefe de lo contencioso Antonio Rosado Sánchez Pastor, consiguió que quedaran bajo su custodia y, tras numerosos esfuerzos, consiguió que pudieran salir de Málaga. Del mismo modo, logró también sacar de la ciudad al señor Miguel López Pelegrín y Belza y a don Antonio Rosado Sánchez Pastor.
Asimismo, cuando ocurrió el derrumbamiento de la casa de la familia de José Masó Roura, Eugenio se presentó de inmediato en el lugar, prestando toda clase de asistencia a los heridos y llevándose incluso a su domicilio al señor Masó, quien igualmente estaba perseguido y amenazado de muerte. Estas y otras operaciones no impidieron que Eugenio Entrambasaguas fuera fusilado meses después por los nacionales.

Las redes de evasión no solo se nutrían de instituciones públicas, sino también de iniciativas privadas y actos individuales de solidaridad. Uno de estos casos lo protagonizó la pareja formada por Gerald Brenan y Gamel Woolsey, residentes en La Cónsula, una elegante finca con amplios jardines situada en Churriana. La propiedad había sido adquirida al conocido malagueño Carlos Crooke Larios, de quien eran vecino.
Una madrugada, una bomba cayó peligrosamente cerca de la casa de los Crooke. Alarmados, Brenan y Woolsey decidieron acudir en su auxilio, provistos de un cesto con yodo, vendas y varias botellas de coñac, que podían servir como desinfectante o improvisado anestésico. Al comprobar que no había heridos, les invitaron a alojarse en La Cónsula para protegerles, tanto de los ataques aéreos como de posibles represalias políticas. Brenan descubriría pronto que Carlos Crooke estaba estrechamente vinculado al alzamiento militar y simpatizaba con la Falange.
Lo que comenzó como un gesto humanitario acabó transformándose en un problema delicado. Un carpintero del pueblo advirtió a Brenan de que Crooke estaba siendo buscado en Málaga, lo que obligó a extremar precauciones: cada vez que llegaba una visita, éste se ocultaba en la planta alta de la casa, y si preguntaban por él, respondían que se hallaba en la ciudad.
La relación alcanzó un punto crítico el día en que la aviación bombardeó las instalaciones de la CAMPSA en Málaga. Brenan había acudido a la capital para recabar noticias y, en el camino de regreso, presenció las terribles consecuencias de un ataque sobre un campamento gitano, donde habían muerto casi todos sus ocupantes. Este hecho le dejó aturdido. Al llegar a La Cónsula, encontró a Crooke en la azotea, escuchando Radio Sevilla a todo volumen. Brenan, consciente de que aquello ponía en peligro no solo a su huésped, sino a todos los habitantes de la casa, le reprendió con dureza.

A partir de ese momento, Brenan decidió gestionar la salida de sus invitados hacia Gibraltar, valiéndose de su condición de ciudadano británico. Logró embarcarlos y, de ese modo, salvarles de un aciago final.
Otra de estas iniciativas privadas fue la otorgada por el zoólogo escocés sir Peter Chalmers Mitchell. Tras jubilarse, se mudó a Málaga en 1927, estableciéndose en Villa Santa Lucía, en el barrio de El Limonar. Tras estallar la guerra, escondió en su casa a Tomás Bolín, hermano del conocido periodista que facilitar la llegada del general Franco desde las Canarias a Marruecos en el Dragon Rapide. Mitchell también había proporcionado refugio a la tía y la tía‑abuela de Bolín, junto con sus cinco hijas.
Para terminar, la historia de estas redes recuerda que, incluso en medio de la violencia sistemática, hubo espacios para la compasión y la solidaridad. Un mapa invisible de manos tendidas, salvoconductos y escapatorias secretas que, en un tiempo irracional de guerra, salvaron a cientos de personas.




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[1] Para una mejor panorámica de esta cuestión hemos utilizado las siguientes fuentes: Pere Soler “La evacuación de España de los ciudadanos y los agentes consulares irlandeses durante la Guerra Civil española”. Revista Ebre 38, Nº. 11, 2021, págs. 21-37; José Ponce Alberca “La Guerra Civil y el Peñón de Gibraltar” en la revista Historia contemporánea, Nº 41, 2010, págs. 321-344; Juan González Mortín “Salvando vidas: Manuel Pérez Treviño y el asilo político en la embajada mexicana en los primeros meses de la Guerra Civil española” en Aportes: Revista de historia contemporánea, Nº 103, 2020, págs. 181-205; Diego Carcedo, El ‹‹Schindler›› de la Guerra Civil. La historia del diplomático mexicano que salvó a centenares de refugiados de ambos bandos, Barcelona: Ediciones B, 2003; Sir Peter Chalmers Mitchell: My House in Málaga. London: Faber and Faber, 1938; Antonio Manuel Moral Roncal “El asilo consular en Málaga (1936-1937): humanitarismo y diplomacia” en Cuadernos republicanos, Nº 50, 2002, págs. 59-70; Antonio Navas Muñoz “La Italia fascista en Málaga durante la guerra civil española: acciones militares y diplomáticas entre 1936-1937” en Tiempo y sociedad, Nº. 28, 2017, págs. 65-128. Gerardo Guardeño Luque “Gerald Brenan y Gamel Woolsey, testigos de la historia (Churriana, julio de 1936)” en revista Jábega, Nº. 85, 2000, págs. 64-75; Gamel Woolsey (1997): Málaga en llamas. Ediciones Temas de Hoy.
[2] No sabemos con exactitud qué miembros de la familia fueron liberados por el cónsul de Italia. Las fuentes nombran a la mujer del general sevillano, a dos de sus hijas y a un yerno. En las memorias de Lila Bianchi se hace referencia a una tal Mercedes, lo que indica que puede que se trate de Mercedes Queipo de Llano Martí, una de sus tres hijas, casada con Calixto García Lablanca en 1933. OLEA PÉREZ, ANTONIO (2018): Tranquillo Bianchi. El cónsul italiano de la Guerra Civil en Málaga. Ediciones del Genal. Pág. 333.







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