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Un veleño en Nueva York

Actualizado: 20 ago


Antonio de la Cruz Marín, foto de los años 30
Antonio de la Cruz Marín, foto de los años 30

Años sesenta. Franco había abierto las puertas de España al mundo. Los primeros turistas nórdicos empezaron a llenar las playas de la Costa Brava, Alicante y Málaga, al mismo tiempo que el Seat 600 apareció en la vida de los españoles. Los americanos habían instalado sus bases militares en Rota y Morón, desde donde llegaban los primeros discos de los Beatles, los Rolling Stones o los Creedence Clearwater Revival. El Plan de Estabilización reactivó el sector industrial, haciendo que muchas familias se mudaran a otras regiones del país en busca de empleo.


La situación en Vélez-Málaga también había cambiado. Veinte años de dictadura fueron suficientes para que la gente olvidase la traumática guerra civil. Fulanito estaba exiliado en Francia. Fulanita, después del fusilamiento de sus dos hijos, juró no quitarse el luto jamás. El farmacéutico había caído en desgracia y tuvo que renegar de sus ideas republicanas. Mientras que el vecino de al lado había fallecido de tuberculosis en la cárcel. Ya nada era como antes. La gente estaba tan preocupada por sobrevivir que no pensaba en otra cosa: siempre bajo la constante vigilancia del nacionalcatolicismo.


Un día un señor mayor, bien ataviado y muy educado, empezó a frecuentar la Peña, lugar donde los señoritos se reunían frecuentemente para hablar de sus negocios o para jugarse los cuartos a las cartas. Nadie de este círculo lo conocían personalmente. Solo se sabía que vivía en la calle de la Carrera, que había vivido mucho tiempo en el extranjero y que su hermana, de nombre Araceli, se había casado de segundas con el conocido médico Fernando Vivar Téllez. Además, le consideraban un sujeto excéntrico, pues siempre llevaba un traje azul impoluto que, según los rumores, era uno de los 40 que guardaba celosamente en su vestidor, todos del mismo color y modelo. Cuando irrumpía en el local, los parroquianos se apresuraban a acercársele para oír sus historias. Y es que, además de coqueto, tenía un pico de oro.


Otro día empezó a desvariar y sus historias dejaron de tener sentido. Entonces, dejó de aparecer por la Peña. Más tarde supieron que padecía demencia senil. Falleció al poco, en 1970, y fue enterrado sin pompa y boato. En muy poco tiempo su imagen se esfumó de la memoria colectiva porque, para colmo, nunca había estado casado y no dejó descendencia.


Este señor del que hablamos, un anónimo en la historia local, se llamaba Antonio de la Cruz Marín.


Antonio nació en 1890 en el número 17 de la Alameda Giner de los Ríos, hoy Paseo del Parque de Andalucía (Vélez-Málaga). Hijo de una familia acaudalada, su padre fue el médico Antonio de la Cruz Cotilla y su madre Araceli Marín Fernández, de cuya unión nacieron otras cuatro hijas (Araceli, Ana María, Teresa y Victoria, ésta última fallecida a muy temprana edad). De raigambre republicana, casi toda su parentela por línea paterna abrigó la doctrina del socialismo humanista: un primo de su padre, el abogado Antonio de la Cruz Herrera, publicó “caciquismo e injusticias” (1904), un alegato contra los desmanes caciquiles del juez municipal José López Cardona; y otro primo segundo, Francisco de la Cruz Jiménez, fue vocal de la conjunción republicana-socialista de la ciudad en 1911.


Su educación fue ilustrada y krausista. A los 18 años lo mandaron a Madrid para estudiar, hospedándose en la calle Serrano número 36. Por aquel tiempo solía frecuentar el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, obteniendo el carnet de socio en 1909. El Ateneo fue una institución muy importante en el desarrollo del pensamiento y la cultura española de entonces. Antonio estuvo presente en las intensas tertulias de su sala la "cacharrería", donde grandes intelectuales como Unamuno, Valle-Inclán o el mismo Manuel Azaña discutían desde las tres de la tarde hasta bien entrada la media noche. Seguramente fue aquí donde conoció a su mentor, político, diplomático, jurista y catedrático Fernando Giner de los Ríos Urrutia; y también fue aquí donde le vino su vocación por la lectura, consiguiendo reunir a lo largo de su vida una envidiable biblioteca con cientos de tomos.


Su amistad con Fernando Giner de los Ríos fue desde entonces inquebrantable, abriéndole éste las puertas de los círculos de la intelectualidad más avanzada de la época. Ingresó en la Residencia de Estudiantes y conoció a Antonio Jiménez Fraud, a quien consideró desde entonces un amigo. Incluso, en los años 20 Antonio llegó a conocer personalmente a Federico García Lorca, como a continuación veremos. La hija de Fernando Giner, Laura de los Ríos Giner, se casó con el hermano del poeta granadino, Francisco García Lorca. Ambas familias solían reunirse en verano en una hermosa casa de la calle Carabeo en el municipio de Nerja, con maravillosas vistas sobre la playa de Calahonda y la costa de Maro. A menudo Antonio de la Cruz Marín era invitado junto a su hermana Teresa. Lorca era 8 años más joven que Antonio, y los dos eran escondidamente homosexuales. A pesar de ello, no hay ninguna información que demuestre que la relación entre ambos no pasara de una amistad formal.


Tras su periplo madrileño regresó a Málaga y estudió derecho. A mediados de la década de los 20 consiguió acceder al cuerpo diplomático, ascendiendo a cónsul general con rapidez. En una carta de Fernando Giner de los Ríos a su esposa Gloria en Madison, el 22 de octubre de 1926, escribe:


«Voy muy bien de dinero, aun cuando gasto mucho, me sobrarán, para llegar a México, unos 200 dólares o sean unas 1.300 pesetas (…) Han venido por mí; te envío el mapa del viaje que hasta ahora llevo hecho; salgo hoy y en Chicago veré a Antonio Cruz».


Efectivamente la persona que nombra es nuestro Antonio, pues el 21 de junio de 1929 todavía se encontraba ejerciendo en Chicago.

Fernando Giner de los Ríos Urrutia
Fernando Giner de los Ríos Urrutia

Un acontecimiento de suma importancia cambió su vida: El 14 de abril de 1931 se instaura la II República española. Antonio se hizo un ferviente defensor del nuevo régimen y desde sus destinos consulares realizó una labor diplomática meritoria. Según datos sustraídos del Boletín Oficial de España entre 1931 y 1939 actuó en las siguientes ciudades: Santiago de Chile y Liverpool (agosto de 1931), Munich (6 de enero de 1932), París (10 de enero de 1932), Berlín (28 de junio de 1933), Nueva York (septiembre de 1933), Montevideo (7 de julio de 1934), Nueva York (22 de junio de 1934), París y Londres (1936-1938) y por último, Nueva York, hasta el final de la guerra civil.


en la izquierda Antonio de la Cruz con Fernando Giner de los Ríos, el segundo por la derecha. Viajando en barco a Nueva York
en la izquierda Antonio de la Cruz con Fernando Giner de los Ríos, el segundo por la derecha. Viajando en barco a Nueva York

En 1933 Fernando Giner de los Ríos fue nombrado ministro de Estado y otorgó la subsecretaría a su hombre de confianza: Antonio de la Cruz Marín. Durante su mandato impulsaron la creación de la Barraca, el grupo de teatro universitario a cuya cabeza se encontraban Federico García Lorca y Eduardo Ugarte y Pagés. Formado por estudiantes e intelectuales, la Barraca llevó el teatro clásico español a los pueblos del país mediante escenarios ambulantes. Sin duda toda una innovación en su época. Este mismo año Antonio también medió en el conflicto entre pensionados y becados de la Academia Española de Bellas Artes de Roma contra su nuevo director, el insigne Ramón María del Valle-Inclán, con el que se carteaba personalmente sobre cuestiones económicas.


El año de 1935 fue muy intenso para él. Tuvo que hacer frente a dos incidencias que pudieron repercutir negativamente en su carrera diplomática.


Documento oficial de la embajada española con su firma
Documento oficial de la embajada española con su firma

La primera sucedió el 19 de enero de 1935. Un grupo de unas 200 personas, entre residentes españoles, mexicanos, puertorrriqueños y sudamericanos, se manifestaron delante del consulado español en Nueva York, protestando por la feroz represión del gobierno sobre los mineros asturianos. Tres representantes del grupo fueron recibidos por Antonio, a quien le entregaron un manifiesto. No sabemos qué palabras intercambiaron, pero consiguió calmar sus ánimos de tal modo que, al concluir la entrevista, la manifestación se disolvió pacíficamente.

Hotel Astoria de Nueva York, donde los residentes españoles celebraran el aniversario de la República
Hotel Astoria de Nueva York, donde los residentes españoles celebraran el aniversario de la República

La segunda se dio poco después. La colonia española neoyorquina estaba integrada por unos 3 mil españoles. En 1931 casi todos ellos formaban parte de la Alianza Republicana, de corte socialista. Pero llegados a 1935, la colonia estaba totalmente dividida entre la Alianza y la Cámara de Comercio Española, la cual representada la derecha monárquica. El 14 de abril de este año celebraron el cuarto aniversario de la República. El evento se organizó en el suntuoso Hotel Astoria, pero la Alianza decidió hacerlo separadamente en el restaurante español La Chorrera, en el Downtown de Manhattan. Antonio, aún siendo un declarado socialista, no es invitado por sus correligionarios, debiendo de atender el acto del Astoria con los miembros de la Cámara de Comercio. En ningún momento se pronunció a favor o en contra de este suceso, evitando así mayores prejuicios.


Estos y otros hechos mostraban su categoría humana y moral. A veces los españoles emigrantes le ofrecían regalos por la ayuda que les prestaba. Sin embargo, jamás aceptó ninguno y dio órdenes estrictas de que nunca fuesen tomados sin su presencia. A veces, le traían gallinas o huevos, pero él montaba en cólera, diciendo que ellos lo necesitaban más que él.


El 20 de abril de 1935 la fragata española El Cano disparó 21 cañonazos al aire frente al concurrido muelle, contestándole de la misma manera el fuerte de Governors Island. La fragata entró en el puerto de Nueva York lentamente con su casco blanco como el armiño, a excepción de la línea verde junto a la borda. Cuando atracó, Antonio de la Cruz Marín, el teniente de marina John R. Hume, el capitán George Alfred Hunt, del ejército estadounidense, y otras personalidades de la ciudad subieron al barco. De la Cruz rindió los honores de ordenanza y guio a la comitiva hasta la oficialidad española, haciéndoles de intérpretes. Luego se marcharon a la ciudad donde cumplieron con un digno programa de actividades.


En 1936 España se encontraba sumida en fuertes tensiones políticas. Las palabras “guerra civil”, ”complot” o “golpe de Estado” estaban en boca de la opinión pública. No fue para nada una sorpresa que llegado el verano, el 17 de julio, un grupo de militares al mando del general Franco se sublevaran en contra del gobierno, iniciándose la más sangrienta guerra fratricida que jamás hallamos tenido. Los españoles se dividieron en dos bandos, mientras que el mundo entero puso sus ojos sobre nuestro país. Los golpistas se hicieron pasar por la nueva España, recibiendo la ayuda y el reconocimiento de muchas naciones. Ocurrió que Antonio de la Cruz Marín fue uno de los pocos cónsules que se declaró a favor de la República de todo el cuerpo diplomático español.


En un principio, el gobierno intentó persuadir a los militares insurrectos de que cejaran en su empeño. Pero los esfuerzos fueron inútiles. Los golpistas irían hasta el final, con todas las consecuencias. Al mismo tiempo, la República se encontró aislada por el Comité de No Intervención, una organización donde 27 países firmaron la no cooperación con el gobierno republicano. La idea era evitar la intervención extranjera en territorio español y la internacionalización del conflicto en una fase de máxima tensión entre democracias y dictaduras en Europa. Sin embargo, este pacto no impidió que la República comprara armas en el mercado clandestino francés.


En los inicios de la contienda Antonio se encontraba en París acompañado de su mentor Fernando Giner de los Ríos, el embajador Álvaro de Albornoz y el ministro de Guerra Diego Martínez Barrio, gestionando la adquisición de armamento para el gobierno republicano. Las negociaciones se hicieron de forma discreta. Aún así el francés periódico Le Petit Marocain se hizo eco de ello, a 26 de julio de 1936:


«Antonio de la Cruz Marín, Cónsul General en París, da respuestas tan corteses como sibilinas a las preguntas que se le formulan. Las delegaciones obreras acababan de llevar a los salones de la avenida Jorge V (sede de la embajada), desplazamientos de ánimo de las fábricas francesas al proletariado español, pero quien quería saber cuántas máquinas y proyectiles había solicitado el gobierno español al gobierno francés era recibido con extrema discreción».


Entonces, sucedió que 20 millones de francos desaparecieron de las arcas de la Embajada, sustraídos del Chase National Bank por dos individuos desconocidos que firmaron como J. E. Polden y José S. Fuentes. El gobierno investigó al cuerpo diplomático español en París. Antonio de la Cruz, por su grado de responsabilidad, curso declaración, alegando que las ordenes de conceder el cheque a esos desconocidos vino del ministerio de guerra y él simplemente obró en virtud y orden de ello. Nunca hallaron el paradero ni de los dineros ni de los supuestos contrabandistas.


En agosto de 1936 Antonio se marchó a Londres para acompañar al ministro consejero Pablo de Azcárate y Florez. La misión que se les encomendó no fue otra que ganarse la confianza del partido conservador británico, receloso del gobierno Republicano. Cuando se presentaron formalmente ante Wiston Churchill, éste se negó a darles la mano. Ese mismo mes Antonio estaba almorzando en un restaurante londinense con el comandante naval Fernando Navarro Capdevila, cuando unos jóvenes portugueses se les acercaron y les amenazaron violentamente si no hacía el saludo fascista, mientras les gritaban “¡arriba España!”, “¡Abajo Azaña!”.


Las maniobras diplomáticas de Antonio y Azcárate fueron constantes y consiguieron un humilde éxito en el mes de julio de 1938, al organizar un viaje para estudiantes de la universidad de Oxford. Encabezados por el que sería más tarde primer ministro británico, Edward Heath, realizaron un tour por Barcelona. Apostaron por turismo de guerra para demostrar que el gobierno republicano tenía bajo control la situación revolucionaria. Sin embargo, poco más pudieron hacer. La ayuda de Reino Unido al gobierno no pasó de esporádicos gestos de beneficencia. En un despacho para el ministerio de Estado, el 14 de septiembre de 1937, Antonio escribe:


«Como puede verse, el laborismo inglés es muy partidario del Gobierno español, siempre que no se trate de llegar a realidades, quedándose siempre a la mitad del camino».


En el verano de 1938 fue sustituido por Jaime Montero Madrazo y lo trasladaron a Nueva York, donde estuvo ejerciendo hasta el final de la guerra. En 1939 Antonio fue depuesto de su cargo de cónsul por Franco. Decidió no regresar a España, ya que lo habrían fusilado por sus ideas. Antonio tiene que empezar de cero en una ciudad que conoce pero que le es ajena en cierto modo.


A principio de los años 40, durante un encuentro entre españoles exiliados, conoció a un barbero de Vélez-Málaga, a quien le confesó que estaba pasando por una situación económica complicada. El barbero le presentó a un amigo que trabajaba en la industrial del cine y fue así como empezó haciendo efectos especiales y supervisando guiones sobre el Quijote. Desafortunadamente, apenas tenemos información sobre este período.


Su padre el médico Antonio de la Cruz Cotilla
Su padre el médico Antonio de la Cruz Cotilla

El 14 de mayo de 1948 se produjo un importante giro en su vida. A propuesta del ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín-Artajo Álvarez, y con la firma de Francisco Franco, se decretó el reingreso de Antonio en el cuerpo diplomático. Hay sospechas de que esta especie de indulto estuvo promovido por el juez veleño Rodrigo Vivar Téllez, que ostentaba por aquellas fechas la secretaría general de la Falange y tuvo la confianza del dictador durante un breve periodo de tiempo. Su hermano, el médico Fernando Vivar Téllez, se había casado con Araceli de la Cruz Marín, hermana de Antonio, por lo cual es lógico pensar que ella deseaba fervorosamente el regreso de su hermano a España. Esto no se produce hasta los años 60.


EPÍLOGO  


En el periférico barrio del Pilar de Vélez-Málaga existe una calle con el nombre de Antonio de la Cruz Marín. Al igual que otros personajes del callejero urbano, es un desconocido para la gente de a pie. Casualmente, gracias a mi amistad con Soledad Furest Gutiérrez, sobrina-nieta de nuestro protagonista, investigué su pasado, visibilizando a un hombre que tuvo un papel muy importante en la historia reciente de España.


Este ha sido el resumen de mi investigación.


Chesko González



FUENTES CONSULTADAS


B.O.E. (Boletín Oficial del Espado)

Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España

Biblioteca Virtual de Prensa Histórica

Biblioteca Virtual de Andalucía

Chronicling America

British Newspaper Archive

Portal de Archivos Españoles

Prensa y revistas de la Biblioteca Nacional de Francia

Archivos privados de Soledad Furest de la Cruz

Fundación Fernando Giner de los Ríos

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